sábado, 18 de octubre de 2014

Otro aire

Necesitaba inevitablemente otro aire que respirar, otro suelo para mis pies urgentes y otros rostros que echarme a los ojos. Otra aventura que guardar en la memoria. Mi cabeza comenzaba a desconectar clavijas de un sitio para luego reconectarlas a otro. Como aquellas operadoras de las primeras décadas del teléfono.  Nunca pensé que el azar me llevaría tan lejos de mi familia y mi ciudad pero en cierto modo era algo que en el fondo se veía venir. Los que me conocen un poco saben que soy un animal de ciudades grandes. Me apasionan las urbes que albergan millones de vidas pululantes de acá para allá… millones de historias que escuchar. Aunque oficialmente ya comenzó la primavera aún refresca en El Gran Santiago y noto mis dedos fríos, al contacto con los labios en cada calada, mientras te escribo estas líneas. El ritmo taimado de la ciudad contrasta con lo frenético y saturado de su tráfico rodado. Acá la gente es acogedora y sencilla. Su país es ahora tu país y en cada gesto habita un eco subliminar que susurra “ya estás en casa”.


sábado, 4 de octubre de 2014

El pozo

Como cada tarde ella bajaba a leer al parque después de comer. Era una costumbre adquirida de los meses calurosos donde el fresco de los árboles y las fuentes aliviaban la sofocante sobremesa. Siempre se sentaba en el mismo sitio porque, a un par de decenas de metros del banco que ella solía ocupar, había un viejo pozo que completaba la postal.
Estaba inmersa en las páginas del libro. Levantó la mirada para descansar la vista unos segundos y entonces se percató de que había un chico junto al pozo. Sin darle importancia volvió a las letras durante unas hojas más. Hizo una nueva pausa. Miró hacia el pozo. Ahí seguía el joven, estático, con los ojos inmersos en el fondo. Lentamente él se llevó la mano al bolsillo y arrojó una moneda dentro.
Al día siguiente ella volvió al parque como cada tarde y para su sorpresa se repitió el episodio del día anterior. Esta vez prestó más atención a las facciones del chico. Le resultaba mono con ese aire melancólico y silencioso. Un poco triste quizá, pero con una vulnerabilidad adorable.

Los días pasaron pero los hechos fueron siempre los mismos. Él permanecía un largo rato inmóvil, arrojaba su moneda y cuando ella volvía a prestarle atención ya había desaparecido. Con el tiempo había creado un cierto tipo de íntima conexión con el misterioso joven melancólico. ¿Por qué desperdiciaba su dinero y su tiempo en deseos tontos? ¿Qué se ocultaba tras esa mirada triste?

Un día decidida a resolver sus dudas se acercó a él justo en el momento en el que se disponía a lanzar su moneda diaria.
–Hola.
Dijo ella mientras él, pasmado, devolvía despacio la moneda a su bolsillo.
 –He visto como cada día pides un deseo. Me gustaría decirte que los sueños se hacen realidad si trabajas para cumplirlos. No deberías creer en pozos mágicos, ni estrellas fugaces, ni en nada parecido porque no existen. La constancia…
A cada frase que ella pronunciaba él sonreía más y más. Su tristeza poco a poco se desvanecía. Ella asombrada por la reacción del chico se quedó en silencio a mitad de la frase. Entonces él contestó:

-El deseo que he pedido cada día es que te acercases a charlar conmigo.