lunes, 1 de diciembre de 2014

Hacerse mayor

Me he hecho mayor. He vencido a la desorientación y me he aventurado a salir a la calle desprendido de tu mano.
Me he hecho mayor. He tomado autobuses, trenes y aviones. He recorrido kilómetros de océano y desierto desprovisto de tus cuidados.
Me he hecho mayor. He retomado las películas y series que dejamos a medias y he tenido el valor de verlas a oscuras y de madrugada.
Me he hecho mayor. He aprendido a vivir sin tu presencia, a poner la lavadora sin tu ropa, a dormir la siesta sin tu abrazo y a pasar la noche sin tus besos.
Me he hecho mayor. Vuelvo a salir a la lluvia sin paraguas, sabiendo que esta vez no estarás ahí para salvarme del aguacero.
Me he hecho mayor. Ya como solo, sin vela ni mantel y he aprendido a cocinar de nuevo para uno.

No hay que hacer drama, no hay que sentirse triste. Simplemente, algunas inocencias se van dejando en el camino. Simplemente... me he hecho mayor.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Cigarros mentolados

Un águila solitaria sobrevolaba el cielo diurno de Antofagasta espantando a gaviotas y pelícanos. En la playa Paraíso algunos tomaban micheladas mientras un mulato bailaba en la arena con su propio equipo estéreo portátil. En la playa Balneario la gente se bañaba en el mar saltando desde un pontón a pesar de ser un día nublado y un poco fresco.   En la terminal de autobuses exponían a los viajeros empanadas recién hechas mientras en la televisión de una cafetería reponían un episodio de “El chavo del ocho”.  A las afueras del mercado central un puesto callejero servía vienesas y choripanes. En el estadio de fútbol el equipo local jugaba esa tarde. Las poleras del Colo-colo colgaban de los tenderetes y deambulaban vistiendo cual uniforme oficial a un número resaltable de paseantes. Una pareja de ciegos cantaba a modo de karaoke en plena calle. Un vendedor de helados ambulante pregonaba sus helados de remolacha de “a luca”…  Ella, cruzaba el desierto por la panamericana rumbo al sur camino de Santiago. Yo, fumaba cigarros mentolados en la terraza de mi departamento, planta cuarta con piscina y gimnasio, mientras miraba al pacífico, satisfecho, meditando un pensamiento: la felicidad no es un sentimiento, es una actitud.


sábado, 18 de octubre de 2014

Otro aire

Necesitaba inevitablemente otro aire que respirar, otro suelo para mis pies urgentes y otros rostros que echarme a los ojos. Otra aventura que guardar en la memoria. Mi cabeza comenzaba a desconectar clavijas de un sitio para luego reconectarlas a otro. Como aquellas operadoras de las primeras décadas del teléfono.  Nunca pensé que el azar me llevaría tan lejos de mi familia y mi ciudad pero en cierto modo era algo que en el fondo se veía venir. Los que me conocen un poco saben que soy un animal de ciudades grandes. Me apasionan las urbes que albergan millones de vidas pululantes de acá para allá… millones de historias que escuchar. Aunque oficialmente ya comenzó la primavera aún refresca en El Gran Santiago y noto mis dedos fríos, al contacto con los labios en cada calada, mientras te escribo estas líneas. El ritmo taimado de la ciudad contrasta con lo frenético y saturado de su tráfico rodado. Acá la gente es acogedora y sencilla. Su país es ahora tu país y en cada gesto habita un eco subliminar que susurra “ya estás en casa”.


sábado, 4 de octubre de 2014

El pozo

Como cada tarde ella bajaba a leer al parque después de comer. Era una costumbre adquirida de los meses calurosos donde el fresco de los árboles y las fuentes aliviaban la sofocante sobremesa. Siempre se sentaba en el mismo sitio porque, a un par de decenas de metros del banco que ella solía ocupar, había un viejo pozo que completaba la postal.
Estaba inmersa en las páginas del libro. Levantó la mirada para descansar la vista unos segundos y entonces se percató de que había un chico junto al pozo. Sin darle importancia volvió a las letras durante unas hojas más. Hizo una nueva pausa. Miró hacia el pozo. Ahí seguía el joven, estático, con los ojos inmersos en el fondo. Lentamente él se llevó la mano al bolsillo y arrojó una moneda dentro.
Al día siguiente ella volvió al parque como cada tarde y para su sorpresa se repitió el episodio del día anterior. Esta vez prestó más atención a las facciones del chico. Le resultaba mono con ese aire melancólico y silencioso. Un poco triste quizá, pero con una vulnerabilidad adorable.

Los días pasaron pero los hechos fueron siempre los mismos. Él permanecía un largo rato inmóvil, arrojaba su moneda y cuando ella volvía a prestarle atención ya había desaparecido. Con el tiempo había creado un cierto tipo de íntima conexión con el misterioso joven melancólico. ¿Por qué desperdiciaba su dinero y su tiempo en deseos tontos? ¿Qué se ocultaba tras esa mirada triste?

Un día decidida a resolver sus dudas se acercó a él justo en el momento en el que se disponía a lanzar su moneda diaria.
–Hola.
Dijo ella mientras él, pasmado, devolvía despacio la moneda a su bolsillo.
 –He visto como cada día pides un deseo. Me gustaría decirte que los sueños se hacen realidad si trabajas para cumplirlos. No deberías creer en pozos mágicos, ni estrellas fugaces, ni en nada parecido porque no existen. La constancia…
A cada frase que ella pronunciaba él sonreía más y más. Su tristeza poco a poco se desvanecía. Ella asombrada por la reacción del chico se quedó en silencio a mitad de la frase. Entonces él contestó:

-El deseo que he pedido cada día es que te acercases a charlar conmigo.