sábado, 4 de octubre de 2014

El pozo

Como cada tarde ella bajaba a leer al parque después de comer. Era una costumbre adquirida de los meses calurosos donde el fresco de los árboles y las fuentes aliviaban la sofocante sobremesa. Siempre se sentaba en el mismo sitio porque, a un par de decenas de metros del banco que ella solía ocupar, había un viejo pozo que completaba la postal.
Estaba inmersa en las páginas del libro. Levantó la mirada para descansar la vista unos segundos y entonces se percató de que había un chico junto al pozo. Sin darle importancia volvió a las letras durante unas hojas más. Hizo una nueva pausa. Miró hacia el pozo. Ahí seguía el joven, estático, con los ojos inmersos en el fondo. Lentamente él se llevó la mano al bolsillo y arrojó una moneda dentro.
Al día siguiente ella volvió al parque como cada tarde y para su sorpresa se repitió el episodio del día anterior. Esta vez prestó más atención a las facciones del chico. Le resultaba mono con ese aire melancólico y silencioso. Un poco triste quizá, pero con una vulnerabilidad adorable.

Los días pasaron pero los hechos fueron siempre los mismos. Él permanecía un largo rato inmóvil, arrojaba su moneda y cuando ella volvía a prestarle atención ya había desaparecido. Con el tiempo había creado un cierto tipo de íntima conexión con el misterioso joven melancólico. ¿Por qué desperdiciaba su dinero y su tiempo en deseos tontos? ¿Qué se ocultaba tras esa mirada triste?

Un día decidida a resolver sus dudas se acercó a él justo en el momento en el que se disponía a lanzar su moneda diaria.
–Hola.
Dijo ella mientras él, pasmado, devolvía despacio la moneda a su bolsillo.
 –He visto como cada día pides un deseo. Me gustaría decirte que los sueños se hacen realidad si trabajas para cumplirlos. No deberías creer en pozos mágicos, ni estrellas fugaces, ni en nada parecido porque no existen. La constancia…
A cada frase que ella pronunciaba él sonreía más y más. Su tristeza poco a poco se desvanecía. Ella asombrada por la reacción del chico se quedó en silencio a mitad de la frase. Entonces él contestó:

-El deseo que he pedido cada día es que te acercases a charlar conmigo.



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