lunes, 26 de noviembre de 2012
Calle
jueves, 8 de noviembre de 2012
Mujeres
sábado, 5 de mayo de 2012
Ahora
Brindemos por que no amanezca, porque esta canción dure eternamente y consiga vencer a la muerte otra noche más.
domingo, 15 de abril de 2012
El baile
Así decía en la nota, escrita de su puño y letra, que encontraron en el bolsillo de su chaqueta manchada de sangre. El resto ya lo sabéis por las noticias. Se presentó en el pabellón deportivo de su instituto en Illinois con la nueve milímetros semiautomática que le había robado a su padre. La sacó de la cintura del pantalón y bang, bang, bang… Cuatro muertos y once heridos acribillados a balazos. Dice el refrán, que el valiente es valiente hasta que el cobarde quiere. Su rostro no mostró ningún tipo de expresión mientras las víctimas caían inertes a pocos metros de sus pies. Luego, con la última bala, se voló la cabeza de un disparo en la sien.
miércoles, 1 de febrero de 2012
Uma taça de café
Llegué cansado del viaje (8 horas entre autobús, avión y metro hacen mella en la moral del más optimista). Llovía en Marqués. Las gotas de agua saludaban a los viajeros que salían por la boca de metro con menos prisa de lo habitual. Mi mente solo podía pensar en sentarme a desayunar. Por suerte un bar cercano sonreía a tan solo unos metros. Entré dando los buenos días. Rogué por mi salud un café duplo y esperé en mi mesa pacientemente. Me lleve la taza caliente a los labios y entonces pude paladear lo que se avecinaría en los próximos días. Me asomé sin saberlo a la luz macilenta y plomiza del viejo Oporto. Al soniquete melancólico de los fados en las vetustas librerías de saldo aledañas a la plaza de los Aliados. Al aire desvencijado y musgoso de sus edificios más desafortunados (pero no menos bellos) al paso de los aguaceros. Al calor y la extremada amabilidad y civismo de sus habitantes. Las prendas colgadas al escaso sol que visitaba de vez en cuando el casco antiguo. A la rivera salpicada de barcas despeinando al Duero…
Todo parecía haberse volcado dentro de esa taza de café. Pero para enloquecer aún más a mis sentidos cada una de las que tomé después de esa recuperaba de mi memoria pasajes semienterrados en las dunas del olvido. Pude ver a mi tío moliendo los granos e infusionándolos en un viejo cacillo de lata para más tarde tamizarlos en un colador de tela. Las mañanas de instituto (cuando aún lo tomaba con leche) fumándonos las clases e intentando arreglar el mundo. Los cortados de por la mañana para poder abrir los ojos a la oscuridad aún patente antes del trabajo…
Malas (o buenas) pasadas de la memoria ante el olor rotundo y cremoso de una taza caliente de buen café.