sábado, 30 de enero de 2010

Me gustó tu canción

Ayer se hizo la magia con tan sólo cuatro palabras: “Me gustó tu canción”. Tan simple como eso. Atrás quedan las horas de composición devanándote el molondro y arañándote cuando las cosas no salían como querías. Las tardes de armonización buscando e investigando acordes nuevos para que no suene a lo mismo de siempre. Los repetitivos ensayos en los que tocabas una y otra vez la misma canción hasta que soñabas con ella. Los tediosos e interminables viajes que hacían quedar como un mojón al mismísimo Fog (aunque de algunos surgieron buenas ideas, todo sea dicho). Los demoledores y malpagados días de concierto en los que no ha venido a verte ni el camarero. Las críticas de los mismos que no vienen a verte y que te opinan, por toda la cara, de un vídeo tuyo que ha visto en el Youtube. La incertidumbre de si esto realmente vale la pena…
Todo eso se esfumó en un instante. Es ese mismo en el que ves a alguien que no tiene ningún tipo de compromiso social contigo soltándote eso a la jeta. Ellos no saben cuanto valen esas palabaras pero en seguida me acordé de que los mayores consejos y ánimos han sido así de cortos. Recordé a Paco Medina “Ese es el camino Rubén”. Cada palabra mil quilates.

Ahora respondo yo con mis cuatro palabras a todo aquel que quiera escucharlas: “Realmente vale la pena”.

Leyes del movimiento planetario


Os voy a contar una historia… Una historia de amor. ¿Acaso no son las mejores? Es una historia que ya fue descrita por Newton o Kepler; pero ellos eran científicos y solo interpretan datos. No eran capaces de sentir el verdadero drama cósmico que tenían ante sí.
El caso es que en el cielo se vive el dolor, la angustia de los cuerpos celestes. Es paradójico que en el cielo sea donde se vive el dolor de la tierra. La Tierra vive su existencia enamorada del Sol. Orbita a su alrededor acercándose y alejándose, sintiendo su calor, danzando, girando sobre si misma para que el Sol vea lo hermosa que está en su movimiento furioso.
El Sol la sabe. Y sabe de su amor, y en cierto modo la quiere a su forma. Pero el es el Sol, el majestuoso Sol, viejo, sabio, dador de vida, amo y señor del sistema solar y, claro, ve normal que se enamoren de él, es más, tiene otros planetas a su alrededor. Sabe que la tierra es el más hermoso de todos pero su ego pesa casi tanto como su masa y se hace el difícil.
Y por último está la pobre Luna. Enamorada de la tierra desde que se encontraron, desde que el tiempo es tiempo. ¿Quién podría no enamorarse? Es la Tierra, LA TIERRA. Con su olor a vida, a sal, a bosque, a nieve…. Con sus crestas despeinadas y salvajes, con sus vientos rebeldes, sus nubes blancas que la cubren y desnudan con una sensualidad casi cruel. Ojalá pudiera tocarla con sus manos heladas. Es joven y vehemente. Intenta constantemente mover sus mareas. Trastornar a sus habitantes. Provocar su pasión. Dicen que la Luna tiene una cara oculta y no es así. Lo que sucede es que solo tiene ojos para su amada y nunca le da la espalda. A veces le guiña un ojo. Como ya sabrás los movimientos del universo son más lentos que los de las personas y por eso va cerrando lentamente su párpado hasta que solo se le ve la comisura. En unas ocasiones le sonríe un poco de medio lado, en otras sufre y se vuelve roja. Incluso llora de impotencia y en esa noche desde la tierra se ven sus lágrimas rasgando el cielo. Cuando ya no tiene fuerzas su hace tan pequeña que casi desaparece. De hecho lo haría si su amor no se lo impidiese y entonces vuelve a hacerse grande, bella, hipnótica… Pero irremediablemente es Luna y no Sol y es precisamente el Sol el que provoca la vida de la tierra con sus rayos dorados. ¿Sabes?, yo me he dado cuenta y lo he visto. La Luna lo intenta y es entonces cuando desprende su luz plateada mas bella…
Pero irremediable es Luna y no Sol.

Castañas asadas


Como casi todos los días hoy he salido a la calle de tarde y he seguido mi camino de costumbre mirando con atención los escaparates de las tiendas que encontraba a mi paso. Entre las cosas habituales podían apreciarse calabazas de Halloween y disfraces varios de monstruo. No es que esté en contra de esta fiesta pero cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa. Caminaba pensativo por la avenida Reyes Católicos intentando buscar sentido a esta intrusión cultural. Doblé la esquina para adentrarme en mesones cuando de repente un olor familiar me ancló al suelo en plena Puerta Real. ¡¡Castañas asadas!! De pronto recordé ese olor de la esquinita de la plaza de abastos de Cádiz comiéndome de chiquillo un cartucho el día de los tosantos. Si hombre, ese día en el que en el mercado disfrazan a los pollos de flamenca y a las pijotas de alcaldesa. Y también recordé a mi abuela ese día por la mañana regalándome un canastito con nueces, avellanas de los toros y almendras. Y que queréis que os diga. Me quedo antes con un cochino disfrazado de torero que con un gilipollas disfrazado de drácula.

Saldando cuentas

El primer síntoma antes de emprender un viaje es cuando  empiezas a darte cuenta de que la ciudad en la estás comienza a diluirse en las preocupaciones y esperanzas de la partida. Poco a poco las calles, los lugares, que te son tan familiares como tu propio nombre, se vuelven ajenos, impersonales, meras casillas de transito hasta tu próximo destino. Me empezó a suceder el viernes con una cosa tan casual para cualquiera como lo es un chaparrón de septiembre. He deseado durante este verano esa lluvia que parecía concederme mi último deseo de despedida. Mi desconexión siguió el día después con un desayuno, casi onírico, al amanecer a los pies del mar de la Caleta. He quedado con los amigos, he saldado las cuentas pendientes y ahora solo me queda la sensación de paz del que comienza un sueño. Un sueño al que le nacen Albaizínes, Sacromontes y Alhambras. Sólo me queda una duda crucial ¿Será una realidad en la que se pueda existir? ¿O será tan sólo un sueño moro de los cuentos de la Alhambra?