Ahora mismo, justo en este lugar, en este preciso
instante,
quiero alzar mi vaso y brindar por todas aquellas mujeres
que un día me jodieron la vida.
Por toda la locura que trajeron consigo
y por todas las muertes que esquivé de sus labios.
Sin ellas no habría sangrado lágrimas de hiel
y miraría a la vida con la sonrisa cándida
de aquel que ignora que cada instante es un regalo.
De ellas he aprendido a ganar de vez en cuando.
Porque a perder, no hace falta que nadie me enseñe.
Me han enseñado a tratar a las señoras como a señoras
y a las fulanas como al fuego con el que se juega
a sabiendas que acabaría quemándome.
Compadezco y envidio, desde aquí, desde mi vaso,
a todos aquellos que zafaron estas trampas.
De las mujeres buenas ya os hablaré otro día
que siempre son menos, pero de ellas
hay más que contar.
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